lunes, 13 de marzo de 2017

Vuela hijo

Oigo su voz, pero no escucho sus palabras, que me llegan como las balas de una metralleta. Habla igual como el director del colegio, la voz tensa y temblorosa. Me quiero tapar los oídos, me quiero ir, quiero montar la bici y bajar al pueblo. Pero aguanto un poquito más hasta que mi padre finalmente se rinde y me dice que quizás por la noche podemos hablar, que siente mucho haber tenido que alzar la voz y que me quiere. 


Entro en la casa para buscar mi mochila. La casa era de mis abuelos, los papis de mi madre, y es muy grande para solo nosotros dos. Por la noche hay una oscuridad inquietante y un silencio denso, casi asfixiante, que me impide dormir. Me hace sentir como si estuviera flotando en el espacio, una sensación de vacío. 


En la mochila tengo mi mundo: unas monedas, unas gafas de sol y una pelota. El enojo hace que me suba a la bici sin decir nada a mi padre que aún está ahí, abatido por su impotencia. De algún modo entiendo a mi padre ¿quien puede ser papá y mamá a la vez? Pero yo ya vuelo, la bajada es lo máximo, me sé cada esquina, bollo y piedra en el camino. Vivimos en la parte arriba del pueblo y bajando en la bici siempre me imagino estar volando, igual como las águilas que a veces vemos en las caminatas largas que hacemos en la montaña. Me encanta ir al límite. Siento el aire en mi cara y me despejo. Ya veo el mar más abajo, me quedan por lo menos 5 minutos de bajada. Cada vez voy más rápido, la rabia me lo pide. Me imagino tener alas, con esta velocidad debería despegar sin ni siquiera saltar. Ahí está la casa de la bella Annagrazia. No puedo evitar mirar en su jardín lleno de madreselvas de un color blanco delicado. A ver si me ve, aunque, como siempre, hará como si no me viera. Bajo cada vez más rápido. Ahí está la casa de Don Pietro, el profesor de ciencias, le mando un abrazo imaginario. 


El primer día que llegó Don Pietro a nuestra clase sabía que era especial, diferente. Sus clases son una oasis de risas, paz e ideas absurdas en nuestro desierto de aburrimiento. En nuestro primer examen, sobre la ley de gravitación de Newton, nos puso una hoja en blanco sin preguntas, nada. Cuando entregué mi trabajo me lo recibió con una sonrisa. ‘Vuela mi hijo, vuela.’ Don Pietro me daba aire como la lluvia da la vida a los peces atrapados en la playa por culpa de la marea. Necesitaba aire para librarme del pueblo, de mi casa, de mi padre, de mis recuerdos y de mis voces. 


La médico de la ciudad vino un día especialmente a verme. Era una mujer alta con el pelo castaño recogido en un moño. Tenía las gafas igual que Annagrazia, pero miraba por encima, me preguntaba si realmente las necesitaba. Veía como su moño se transformaba en un calamar con tentáculos largos que jugaban con las gafas. Otros tentáculos se deslizaban por su cuello y entraban en la blusa blanca hacía su espalda y sus pechos. Era muy guapa y no pude evitar mirar de reojo a mi padre. Nos dijo que con los años se me pasaría, que para un niño fue duro lo que nos pasó y que era mi manera de procesar todo. Que muchos niños de mi edad tienen mucha imaginación. Que repitiera el curso y que luego todo tendría su lugar y no habría problema. 


El aire me está pegando en los ojos, lágrimas frías corren hacia mis orejas. Voy muy rápido, en toda la bajada no he utilizado los frenos. Siento la sangre bombeando en mi cuello y en mis brazos. El mar se está acercando. Veo ballenas gigantes saltándo y riéndose. Calamares de todos los colores abrazan a unas madreselvas enormes que bailan en el agua. Escucho de lejos susurros de mi madre. Las casas al lado del camino se están moviendo y apartando. En un barco con alas veo a Don Pietro, también riéndose. Veo al director del colegio tumbado en la playa, la boca cerrada, no tiene ojos. Al final del camino está la puerta enorme de la entrada del colegio. No me preocupa, si pedaleo más fuerte, lo consigo, estoy seguro. Cada vez me acerco más al colegio. Al fondo escucho las risas, las carcajadas y un claxon. Me faltan 30 metros, 20, 10. ¡Ahora! ¡Es ahora! Tiro del manillar de la bici todo lo que pueda y me levanto, ¡estoy volando! Voy justo por encima de la escuela y una luz blanca me lleva hasta más arriba. Ya no pedaleo. Veo las ballenas sorprendidas y quietas mirándome. El director sigue tumbado en la playa. No hay rastro del Don Pietro. Hay un silencio extraño. Me voy alejando del pueblo, cada vez más. Las casas se hacen puntitos rojos en la montaña. La piel se me pone blanca del frío.


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